Devorados en una contemporaneidad frenética, inexorable, que pareciera avanzar rauda hacia la consolidación marchita de una duda e incerteza permanente; Leonsky propone ingresar en una enigmática escena al interior de una antigua casona del Barrio Yungay. Nos convoca a ser testigos de su más reciente obra, con la que desea tensionar y hacer colisionar posibles líneas de fuerza entre realidad, metáfora, ficción, fantasías creativas y preocupaciones socio políticas. Entramos así, a la ocupación espacial en un lugar actualmente conocido como Ailanto, sitio de tránsito de colectivos, de organizaciones sociales y vecinales, un espacio de micro utopías comunitarias que hoy escasean en la capital de un país, cuyo dictum economicista llama constantemente a defender el individualismo del auto progreso. La obra emplazada trata de una suerte de escenificación que ironiza e interroga a sus espectadores sobre los bordes de la mirada, de un campo y de una intensidad mono lingual del YO que, aparentemente fuerte y blindado, no puede escapar de la fragilidad de su ruina y fractura. El eje central acá esta puesto en la imposibilidad irónica de encontrar una voz o versión unívoca que pueda narrar/modular/describir o dar una versión eficiente del creciente proceso de agotamiento del sentido y vaciamiento de la palabra.
La ocupación, como obra de apropiación espacial, alude a la búsqueda de ese lugar propio con que a veces ficcionamos estrategias para tomar posicionamiento en el mundo. El arte, como las ciencias, la política o los discursos hegemónicos proponen ordenar los contextos, diseñar sus propios decorados y bajo tácticas escenográficas se afilian a su promesa de mensurar y jerarquizar la existencia.
Un principio de lo terrible, es la obra digitada por un autor y creador que juega entre formas cimbreantes de cuerpo y objetos, se entrega sin reparos a la duda y lo movedizo, bajo el simulacro de una iconosfera barroca y estridente, fisurada pero incólume a la vez.
Samuel Ibarra Covarrubias. Curador.