Existen diversas formas de hilar un relato y ésta es una de ellas, una historia que nos sitúa en la búsqueda incesante en torno a la pregunta sobre qué significa ser, estar y construirnos un lugar que habitar. La palabra construir viene del latín construere, la cual está compuesta por el prefijo con-, y la palabra latina struere que significa “amontonar, juntar”. En este ejercicio es donde nos encontramos: hacer, amontonar y juntar.
Las artistas Kathia Morales e Isabel Salazar trabajan un oficio que es en muchas dimensiones desafiante; ejecutando el rol de arquitectas y obreras de forma simultánea van definiendo las rutas de acción, los materiales, fórmulas, barnices, texturas y colores que dan vida a sus trabajos. Construir desde la técnica del aguafuerte se transforma para quién observa en un paso a paso cuidado, donde cada etapa es cronometrada, cada materialidad elegida de forma meticulosa y su valor radica en una infinidad de detalles que van tejiendo las imágenes.
Se dimensiona la plancha de cobre, luego se barniza, se dibuja sobre el barniz con una punta que va surcando la superficie, se sumerge en ácido, quemándose sin prisa la matriz de cobre se erosiona hasta el punto en que las artistas lo deseen.
Mojan el papel de algodón, cuadran la matriz, la ponen en la prensa de ida y vuelta, y aparece allí la historia que quieren contar. Capa a capa se va develando un proceso de creación porfiado, que insiste una y otra vez en su repetición.
Las imágenes que nacen de esta alquimia evocan un tránsito material y simbólico.
Desde lo material está el acto de hacer visible el proceso, montados están junto con las obras enmarcadas los objetos y texturas que las construyeron. Desde lo simbólico es la deriva, no siempre unidireccional, desde lo artificial, la ciudad, el espacio público y sus lenguajes arquitectónicos hacia lo natural, lo orgánico, cálido e íntimo. Podemos observar a distancia o transformarnos también en siluetas abstraídas. Las lecturas que se abren del encuentro con ellas son infinitas.
Verónica Tham