Zule

Como artista, he recorrido desde la estructura formal de las orquestas hasta la libertad del arte sonoro. Cada etapa ha sido un eslabón en una cadena de descubrimiento, mostrándome cómo todo en el arte -como en la vida- está interconectado y en constante transformación. Mis años en la ópera fueron una práctica sin saberlo. Aprendí que la verdadera maestría no está en dominar la técnica, sino en vaciarme de ella para que la música fluya a través de mí. Hoy, cuando transformo voces con tecnología, sigo ese mismo principio: ser un canal más que un creador. Mis haikus y poemas son mantras contemporáneos. Breves destellos de atención plena que capturan instantes fugaces, recordándonos que cada momento contiene belleza si sabemos mirar y escuchar con presencia. La poesía, como la música nos devuelve al aquí y ahora.

Mi espacio de creación con el DAW es mi lugar de práctica. Allí organizo sonidos como quien dispone ofrendas en un altar, sabiendo que el verdadero arte surge cuando dejamos de controlar y permitimos que lo inesperado emerja. Cada proyecto es un ejercicio de soltar expectativas. Mi trabajo con Fundación Verdi me enseñó que el arte verdadero siempre sirve a algo más grande que uno mismo. Hoy entiendo mi práctica como una forma de contribuir a que otros recuerden su propia capacidad de asombro, su propia conexión con lo sagrado en lo cotidiano. 

En mis instalaciones sonoras busco disolver la barrera entre quien crea, lo creado y quien lo experimenta. Porque en verdad, somos todos participantes de un mismo flujo creativo. El arte nos muestra que las separaciones son ilusorias. Cada presentación es un ritual de desapego. El arte me enseña a amar lo que no puede durar. 

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