Para entender mil trabajo hay que recorrer las reivindicaciones que hacía el arte neoconcreto que, en formatos muy diversos, insistían en renovar la naturaleza de la obra cuando aseguraba que no se trata de un simple objeto sino de un organismo que tiene “sensibilidad, expresividad, subjetividad, más allá del geometrismo puro”. En mi trabajo esta geometría explosiva recobra una fuerza especial que asegura la intensidad del volumen, la tensión contenida en el uso del color y, sobre todo, la vivacidad de un material recobrado. Estas piezas tienen algo camaleónico, mitad pintura, mitad escultura; mitad explosión, mitad contención. Ante el espectador la precariedad de las tablas, metales y vestigios exhiben algo que muta lo que realmente son y las convierte en un aparato dispuesto a provocar un ángulo, un vértice inesperado. El control de esa potencia contenida aparece como un dispositivo cromático, artesano y calculado, una bomba de tiempo detenida en el momento de explotar. Superficies pintadas, simulan relieves que no son, otras con volumen cuya pintura las hace verse planas, la trampa al ojo hace que nada se calme, nada se detenga en estas máquinas de madera y metales que nos muestran que la fuerza del caos y la creación son física y visualmente complementarias.
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